OLE
Al final, Evo Morales tenía razón: "Donde se hace el amor, se juega al fútbol". Bolivia combinó a la perfección la premisa de su presidente... En el Hernando Siles quedará guardada, para siempre, una de las imágenes más tristes de una Selección argentina. La tristeza, en este caso, no se debió a la cultura de malos perdedores que supimos conseguir. Esta vez, en la caída, no hubo golpes arteros, chauvinismos, cortes en la mejilla equivocada. Hubo hidalguía para bancarse el ole que atronó en La Paz. Sin embargo, Argentina no estuvo a la altura en la tan temida ídem. Las lágrimas que no hubo en el vestuario tras la histórica derrota, ya se habían desparramado en el desparejo césped boliviano. Fue, como en otros tiempos, una Selección Fantasma...
No es cuestión, ahora, de olvidar todo lo que se escribió con el puño sobre la nueva Selección de Maradona. Pero tremendo golpe no perecedero necesita explicación. Y en las obligaciones, tal vez, se encuentren algunas respuestas.
Diego, como conductor y como estratega, es el mayor responsable del tsunami de La Paz. Preso de su amor por Bolivia, de su compromiso moral con Evo, de sus convicciones... Así quedó Maradona. Porque él, al cabo, se terminó creyendo que la altura no tenía causa y efecto. Y entonces, con razón, modificó apenas el dibujo que había enamorado ante Venezuela. Pensó, como muchos, que con el 4-4-2 era suficiente para contener el entusiasmo de Bolivia y después soñar con el vuelo de Messi. Lo que nunca imaginó Diego fue que sus muchachos se arrastrarían por la misma cancha que él defendió con cuerpo y alma. No contempló (gran parte de la prensa tampoco, a decir verdad) la posibilidad de que los jugadores, en los 3.650 metros, sintieran el esfuerzo realizado unos días antes en el Monumental. Y frente a esa coyuntura no supo encontrar un plan B. El armado del banco lo denuncia: sólo un defensor, Angeleri, un todoterreno; Verón, muy importante siempre y cuando no esté infiltrado; y puras palomas con Di María, Rolfi, Licha López y Agüero. ¿Y Battaglia? Afuera. ¿Y el Cata Díaz, para llegado el caso poder soltar a Demichelis al medio ante cualquier emergencia? Y esa emergencia ocurrió: Mascherano, el mejor de la Selección de los últimos tiempos, ofreció la versión más pobre. Afectado por la altura, se desordenó y, sin querer, inició la debacle. Porque, como admitió Maradona, el equipo jugó en línea. Los volantes, los internos y los externos, regalaron sus espaldas y los centrales, también en línea, no dieron el paso para ningún lado, ni hacia atrás para escalonarse ni hacia adelante para achicar. Esos agujeros negros fueron una invitación al suicidio. Porque más allá de la falta de oxígeno, los jugadores nada hicieron para cerrar filas, enfriar el partido y, por lo menos, irse al descanso 1-2. Jamás a una Selección le crearon tantas chances de gol. Carrizo fue Fillol hasta que pudo. La tienda se vino abajo enseguida. Zanetti, con penal adolescente y todo. Demichelis y Heinze, como si los hubieran presentado en el avión. Papa, envuelto en fragilidades. Lucho, empecinado en dejar en ridículo a todos los técnicos de la Selección... Tevez, apagado. El único que se ganó el aplauso a corazón abierto fue Gago. Messi, el pequeño Maradona, pudo torcer el rumbo con una genialidad (se la tapó el arquero) y en otra que pateó al bulto cuando Maxi estaba solito para el 2-1.
La altura existe, es un pecado subestimarla. Bolivia jugó la final de su vida, sus hombres se ganaron la estatua y con eso tienen para tirar por un tiempo.
Inevitable conclusión: sin los errores de cálculo de Diego y sin la amnesia de los suyos, Bolivia y la altura no hubieran podido solos...
enviado especial.
No es cuestión, ahora, de olvidar todo lo que se escribió con el puño sobre la nueva Selección de Maradona. Pero tremendo golpe no perecedero necesita explicación. Y en las obligaciones, tal vez, se encuentren algunas respuestas.
Diego, como conductor y como estratega, es el mayor responsable del tsunami de La Paz. Preso de su amor por Bolivia, de su compromiso moral con Evo, de sus convicciones... Así quedó Maradona. Porque él, al cabo, se terminó creyendo que la altura no tenía causa y efecto. Y entonces, con razón, modificó apenas el dibujo que había enamorado ante Venezuela. Pensó, como muchos, que con el 4-4-2 era suficiente para contener el entusiasmo de Bolivia y después soñar con el vuelo de Messi. Lo que nunca imaginó Diego fue que sus muchachos se arrastrarían por la misma cancha que él defendió con cuerpo y alma. No contempló (gran parte de la prensa tampoco, a decir verdad) la posibilidad de que los jugadores, en los 3.650 metros, sintieran el esfuerzo realizado unos días antes en el Monumental. Y frente a esa coyuntura no supo encontrar un plan B. El armado del banco lo denuncia: sólo un defensor, Angeleri, un todoterreno; Verón, muy importante siempre y cuando no esté infiltrado; y puras palomas con Di María, Rolfi, Licha López y Agüero. ¿Y Battaglia? Afuera. ¿Y el Cata Díaz, para llegado el caso poder soltar a Demichelis al medio ante cualquier emergencia? Y esa emergencia ocurrió: Mascherano, el mejor de la Selección de los últimos tiempos, ofreció la versión más pobre. Afectado por la altura, se desordenó y, sin querer, inició la debacle. Porque, como admitió Maradona, el equipo jugó en línea. Los volantes, los internos y los externos, regalaron sus espaldas y los centrales, también en línea, no dieron el paso para ningún lado, ni hacia atrás para escalonarse ni hacia adelante para achicar. Esos agujeros negros fueron una invitación al suicidio. Porque más allá de la falta de oxígeno, los jugadores nada hicieron para cerrar filas, enfriar el partido y, por lo menos, irse al descanso 1-2. Jamás a una Selección le crearon tantas chances de gol. Carrizo fue Fillol hasta que pudo. La tienda se vino abajo enseguida. Zanetti, con penal adolescente y todo. Demichelis y Heinze, como si los hubieran presentado en el avión. Papa, envuelto en fragilidades. Lucho, empecinado en dejar en ridículo a todos los técnicos de la Selección... Tevez, apagado. El único que se ganó el aplauso a corazón abierto fue Gago. Messi, el pequeño Maradona, pudo torcer el rumbo con una genialidad (se la tapó el arquero) y en otra que pateó al bulto cuando Maxi estaba solito para el 2-1.
La altura existe, es un pecado subestimarla. Bolivia jugó la final de su vida, sus hombres se ganaron la estatua y con eso tienen para tirar por un tiempo.
Inevitable conclusión: sin los errores de cálculo de Diego y sin la amnesia de los suyos, Bolivia y la altura no hubieran podido solos...
enviado especial.
En conclusion:
ResponderBorrarSe juega donde se nace!
y si perdieron es por q' perdieron.
Bolivia no cuenta con jugadores estrellas
como uds.
Pero en fin, como dicen en Bolivia, Sin Llorar.
Lo dijo Homero Simpsons XD
"Es Facil hecharnos la culpa pero es aun mas facil hechar la culpa a otro" xD
Vamo Bolivia carajo!