La Prensa
Bolívar mereció mejor suerte en su incursión de anoche en Perú. Dispuso de ocasiones claras, pero sus jugadores fallaron en la resolución. Al final, el resultado (1-0) a favor de Alianza Lima ratifica la mala campaña de la Academia en la Copa, en la que terminará en el sótano de la tabla de posiciones del Grupo 3 pase lo que pase en la última jornada.
Una vez más se confirmó que los merecimientos no son para el fútbol y que los goles son los que mandan; el cuadro peruano se encontró con uno a pocos minutos de iniciarse el compromiso y después vivió de esa renta, no fue ni la sombra de aquél que en la ida en La Paz consiguió un triunfo claro.
A los 6 minutos, el peruano Wílmer Aguirre dibujó la mejor jugada del partido, con velocidad y dominio del balón se sacó la marca, primero, de Ignacio Ithurralde, luego de Ariel Juárez, mandó un centro perfecto hasta donde estaba José Carlos Fernández, el goleador tenía todo el arco para definir y lo hizo con un cabezazo para vencer a Carlos Arias.
Dio la impresión de que se venía la noche para Bolívar, que las cosas se ponían cuesta arriba muy temprano, pero la realidad indicó lo contrario, el cuadro peruano bajó su producción, se sacó muy rápido la presión que tenía por ganar para dar un paso más en su aspiración de meterse en la tercera fase del torneo y comenzó a mostrarse impreciso.
Los celestes se dieron cuenta de que su adversario no era el poderoso que le dio un baile a Estudiantes de La Plata y que tenía falencias defensivas que fueron bien aprovechadas. Nunca en esta edición de la Copa los delanteros de la Academia tuvieron tantas facilidades para llegar hasta el arco defendido por Salomón Libman, quien tuvo que esforzarse para mantener su arco en cero.
Comenzó ante un fuerte derechazo de Ariel Juárez, el lateral derecho conectó un pase medido de Leonel Reyes y sacó un remate que el arquero peruano mandó al tiro de esquina.
En la siguiente acción, Fernández se perdió el segundo gol peruano, otra vez Aguirre se sacó a cuanto rival tuvo al frente y acomodó la pelota para que el goleador anotara, éste falló y mandó el balón lejos del arco.
Después, Anderson Gonzaga y William Ferreira tuvieron en sus pies la posibilidad del empate, pero no estuvieron acertados en el toque final, sus remates salieron desviados o terminaron en las manos de Libman. Definitivamente, ambos están con la pólvora mojada en la Libertadores, el brasileño no anotó ni un gol en la campaña y el uruguayo suma uno de penal.
En la segunda parte se repitió lo observado en la primera fracción. Bolívar estuvo más cerca del empate que Alianza de la segunda conquista, llegó menos, Carlos Arias pasó a tener una noche tranquila y las veces que fue exigido respondió con solvencia.
En el otro arco, los celestes continuaban lamentándose por no saber resolver las situaciones creadas. Ignacio Ithurralde volvió a convertirse en el jugador que desde la última línea empujó a sus compañeros al frente, pero los intentos del uruguayo también se disolvieron.
El peruano terminó pidiendo hora, la Academia murió de pie en este partido, una vez más pagó caro la falta de precisión en la puntada final.
Está muy cerca de cerrar la peor campaña de su historia en la Libertadores. Sólo un triunfo contra el Juan Áurich hará que iguale en puntos a su participación en la edición de 2007.
LA FIGURA
IGNACIO ITHURRALDE
En la jugada que derivó en el único gol del partido se vio superado por el peruano Aguirre. Se redimió en el resto del partido, primero con marca segura en cada ataque del rival. Después subió para cooperar a sus compañeros de ataque. Fue autor de por lo menos tres situaciones que no terminaron en el arco del cuadro peruano.
EL ÁRBITRO
REGULAR
No fue determinante en el resultado del partido, pero cometió algunos errores de apreciación que no le ayudaron a mejorar su actuación. El venezolano Juan Soto estuvo correcto en la expulsión de Villamarín, pero debió amonestar a varios más, sobre todo a los jugadores del cuadro local que se salieron del reglamento para marcar.
El dato
El resultado de anoche en Lima determinó también la eliminación del peruano Juan Áurich. El cuadro de Chiclayo suma nueve puntos a falta de la visita que debe hacer a la Academia el 20 de este mes. Ese encuentro será de simple trámite para cumplir con el calendario.
Entre querer y no poder
Fue uno de esos partidos anodinos, sin sustancia. En los que la voluntad no alcanza a disimular incapacidades. Se escribe, y juzga, en función de ambos. Así uno haya ganado (y clasificado) porque acertó mínimamente y eso marcó la diferencia.
Bolívar, en cuanto hace a sus actuaciones fuera de La Paz, mejoró. Algo. Tampoco demasiado. Por eso vuelve con las manos vacías.
Al menos en cuanto a actitud, mostró algunos atisbos de lo que suele ser en el medio local, que, claro está, no permite comparación alguna con lo que representa la exigencia internacional.
A los 5 minutos Wílmer Aguirre —un torbellino esporádico en el estadio Alejandro Villanueva— mandó un centro perfecto, José Carlos Fernández se elevó para superar a una defensa sin reacción y su frentazo terminó con la pelota picada en las redes.
Ese comienzo movió a engaño. Pareció que el equipo peruano avasallaba, como lo hizo frente a Estudiantes. Falsa impresión, menos mal. Se conformó excesivamente temprano y los celestes —sin la mochila de la presión a cuestas— repararon en que era posible revertir. Claro, entre el deseo y la concreción hay un buen trecho, ése que suele castigar a los cuadros carentes de recursos para dañar.
Acaso los del barrio de La Victoria confiaron en que la paupérrima cosecha ofensiva (un gol, mediante tiro penal) del elenco que tenían enfrente no podía darles un dolor de cabeza. En eso no se equivocaron.
Sin embargo, Ariel Juárez exigió al portero Salomón Libman; Ferreira, Anderson y Da Silva merodearon sin afinar la puntería.
Alianza sabía que el triunfo, así resultara mínimo, lo catapultaba, después de muchos años, a la gloria. Jugó dominado por ese pensamiento. Desde el gol y hasta el minuto final. Esa es la traducción objetiva de su andar. Es que los intentos de consolidar la ventaja quedaron ensombrecidos por la tibieza, mientras Bolívar seguramente asumía que el encuentro estaba para levantarlo, aunque sus acercamientos adolecían de artillería pesada.
Hubo escasa diferencia de fisonomía entre una etapa y otra. Por eso —permítase la presunción— los camarógrafos se entretuvieron en descubrir rostros en las graderías, donde, por cierto, el aliento de la hinchada local excedía en mucho lo que la calidad del espectáculo generaba.
El elenco limeño apenas si sumó, en el complemento, una ocasión que Aguirre desperdició. De tal magnitud era su postura light, que al uruguayo Ithurralde no le costó demasiado despegarse para convertirse, de tanto en tanto, en un delantero más.
Los cambios del último cuarto de hora (Torrico y Da Rosa salieron del banco) no dieron para producir el anhelado —¿y lejano?— empate. Tampoco corrigieron, como era dable esperar, la excesiva cantidad de balones perdidos en el centro del campo. El tradicional toque de la Academia sufrió constantes interrupciones. En otras palabras, el tránsito se hizo espeso, maniatado por el relativo esfuerzo del conjunto que dirige Costas.
¿Faltó audacia? Posiblemente, sí. No obstante es preferible inclinarse por subrayar, como elemento preponderante, la ineficiencia para lastimar, porque la lógica del fútbol tiene que ver con eso. Acercarse sirve de poco. Es como un trabajo incompleto.
El esfuerzo de Tragodara, alguna aparición de Joel Sánchez, la picardía de Quinteros y el acierto de Quinteros catapultaron a los “íntimos” a octavos de final, a falta de una fecha. Con una faena medida, pausada, limitada a la respuesta de Bolívar, que —valga la insistencia—amenazó sin puntada final. Un pecado futbolístico que, se sabe, pasa dolorosas facturas.
Óscar Dorado Vega
Es director del programa
El Clásico y corresponsal en Bolivia de la cadena televisiva internacional Fox Sports
Fue uno de esos partidos anodinos, sin sustancia. En los que la voluntad no alcanza a disimular incapacidades. Se escribe, y juzga, en función de ambos. Así uno haya ganado (y clasificado) porque acertó mínimamente y eso marcó la diferencia.
Bolívar, en cuanto hace a sus actuaciones fuera de La Paz, mejoró. Algo. Tampoco demasiado. Por eso vuelve con las manos vacías.
Al menos en cuanto a actitud, mostró algunos atisbos de lo que suele ser en el medio local, que, claro está, no permite comparación alguna con lo que representa la exigencia internacional.
A los 5 minutos Wílmer Aguirre —un torbellino esporádico en el estadio Alejandro Villanueva— mandó un centro perfecto, José Carlos Fernández se elevó para superar a una defensa sin reacción y su frentazo terminó con la pelota picada en las redes.
Ese comienzo movió a engaño. Pareció que el equipo peruano avasallaba, como lo hizo frente a Estudiantes. Falsa impresión, menos mal. Se conformó excesivamente temprano y los celestes —sin la mochila de la presión a cuestas— repararon en que era posible revertir. Claro, entre el deseo y la concreción hay un buen trecho, ése que suele castigar a los cuadros carentes de recursos para dañar.
Acaso los del barrio de La Victoria confiaron en que la paupérrima cosecha ofensiva (un gol, mediante tiro penal) del elenco que tenían enfrente no podía darles un dolor de cabeza. En eso no se equivocaron.
Sin embargo, Ariel Juárez exigió al portero Salomón Libman; Ferreira, Anderson y Da Silva merodearon sin afinar la puntería.
Alianza sabía que el triunfo, así resultara mínimo, lo catapultaba, después de muchos años, a la gloria. Jugó dominado por ese pensamiento. Desde el gol y hasta el minuto final. Esa es la traducción objetiva de su andar. Es que los intentos de consolidar la ventaja quedaron ensombrecidos por la tibieza, mientras Bolívar seguramente asumía que el encuentro estaba para levantarlo, aunque sus acercamientos adolecían de artillería pesada.
Hubo escasa diferencia de fisonomía entre una etapa y otra. Por eso —permítase la presunción— los camarógrafos se entretuvieron en descubrir rostros en las graderías, donde, por cierto, el aliento de la hinchada local excedía en mucho lo que la calidad del espectáculo generaba.
El elenco limeño apenas si sumó, en el complemento, una ocasión que Aguirre desperdició. De tal magnitud era su postura light, que al uruguayo Ithurralde no le costó demasiado despegarse para convertirse, de tanto en tanto, en un delantero más.
Los cambios del último cuarto de hora (Torrico y Da Rosa salieron del banco) no dieron para producir el anhelado —¿y lejano?— empate. Tampoco corrigieron, como era dable esperar, la excesiva cantidad de balones perdidos en el centro del campo. El tradicional toque de la Academia sufrió constantes interrupciones. En otras palabras, el tránsito se hizo espeso, maniatado por el relativo esfuerzo del conjunto que dirige Costas.
¿Faltó audacia? Posiblemente, sí. No obstante es preferible inclinarse por subrayar, como elemento preponderante, la ineficiencia para lastimar, porque la lógica del fútbol tiene que ver con eso. Acercarse sirve de poco. Es como un trabajo incompleto.
El esfuerzo de Tragodara, alguna aparición de Joel Sánchez, la picardía de Quinteros y el acierto de Quinteros catapultaron a los “íntimos” a octavos de final, a falta de una fecha. Con una faena medida, pausada, limitada a la respuesta de Bolívar, que —valga la insistencia—amenazó sin puntada final. Un pecado futbolístico que, se sabe, pasa dolorosas facturas.
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