Una expresión muy común señala; hay personas e instituciones que nacen con estrella; la frase tiene un correlato inmediato con Bolívar, institución que en la próxima década celebrará su primera centuria.
Si vale la comparación tiene la vitalidad de un buey y la mirada lejana del halcón, de manera que remonta vuelo cuando quiere, a Bolívar hay que mirarlo desde el gran ventanal de la historia, desde su fundación, desde el recuento de sus títulos o desde la galería de sus estrellas.
Hoy celebra 85 años, aunque los actuales dirigentes dicen que son 87 años de existencia y los invito a leer las crónicas de El Diario y La Razón de entonces para convencerse que en abril de 1937 se hablaba de la primera década de su fundación, pero eso no resta los méritos de esta entidad.
Recuerdo un episodio de hace cinco años en la plaza Bolivia, a esa cita acudieron los bolivaristas desde los cinco a los 90 años. Recordaron tiempos idos, hicieron bromas y luego participaron en la misa recordatoria presidida por el obispo Gonzalo Del Castillo.
Walter Chingolo Orozco, con caminar cansino y mirada serena, era uno de los que más saludos recibían. A este delantero se lo considera uno de los íconos de la Academia, porque el calificativo de académicos nació entre las décadas del 30 y 40 y cuando Orozco era uno de sus referentes. Un día tuvo un duelo particular con el defensor atigrado Achá salió airoso, luego que éste anunciara que le amputaría la pierna en el primer dribling que Orozco intentara. Con un quiebre de cintura hábil dejó pasar a su ocasional adversario como toro rugiente. Se detuvo con el balón y preguntó ¿hacemos una prueba más? Y el caso quedó cerrado, porque sólo era un duelo futbolístico.
Aquél Bolívar tenía la sutileza de Orozco, la galanura y potencia de Mario Alborta, la firmeza del Kullu Baldellón y la prestancia del Cabro Plaza. “Como Alborta no hubo otro. Era elegante dentro y fuera de la cancha”, dice Orozco.
Las opiniones están divididas en un tema ¿quién fue el mejor jugador de Bolívar de todos los tiempos? Alborta dicen los que superan hoy los 70 años y los menores de esta edad no dudan en dar su voto por Víctor Agustín Ugarte.
Y es que cuando se habla de Ugarte, quien llegó a La Paz desde Tupiza en 1947, se habla del mayor referente del fútbol boliviano. De estatura no mayor a 1,65 metros, flaco, cabello lacio y rostro cetrino y angular, era la expresión del joven provinciano que quiere triunfar en la ciudad. Lo único que sabía hacer era jugar al fútbol, mejorar sus gambetas, pasar de taquito, amagar con la mirada y hacer cabriolas con el balón.
Llevaba la casaca número ocho en la espalda, en los tiempos en los que se atacaba con cinco delanteros. Hacía los pases matemáticos a don Mario Mena, quien de cabeza era insuperable. Se entendía a las mil maravillas con Edgar Vargas y cuando ejecutaba los penales lo hacía con gran ceremonia, para jugar con los nervios del arquero rival y de su hinchada. Jugó casi dos décadas en Bolívar, aunque en medio de esa carrera se marcho a San Lorenzo y Once Caldas, para mostrar afuera que el fútbol es también de los mestizos.
El abogado Guillermo Monje, ex dirigente de la entidad, contaba con detalles las historias; terció en la conversación Guido Loayza, quien gustaba de contar en sus años mozos las alineaciones de los equipos. “A ver quien sabe esta delantera: Blacut, Ugarte, Mena Chirimbolo y Coronel”, preguntó. Bolívar del 60, preciso uno, no es la del 63 enfatizó otro. “El presidente Loayza se conoce las alineaciones de memoria. No hay quien le gane”, asevera Abdul Aramayo, quien hoy a los 70 años y más sigue siendo otro referente.
Abdul Aramayo llegó a Bolívar el año 1964, cuando la Academia bebió el licor agrio del descenso a la Primera B. Jugaba en Chaco junto a Fortunato Castillo. Los dos decidieron jugar en la Academia, que desde entonces empezó a llenar los estadios de público y sus tribunas de trofeos.
Aramayo recuerda aquella geste denominada Operación Retorno, pero gusta hablar más del Bolívar de 1967, aquél Bolívar que jugaba por primera vez en la Copa Libertadores con el defensor Mario Rojas, a quien apodaban el doctor por su elegancia, el volante Raúl Álvarez, un mediocampista señorial, el goleador Franco y el puntero Kairouz.
No podía faltar en el diálogo referirse a Mario Mercado, hombre de decisiones y voz firme, Mercado enseñó a los bolivaristas a soñar a lo grande, quería jugar en Tokio, inscribir el nombre de Bolívar en la galería de los mejores equipos del continente, por eso no escatimaba esfuerzos en contratar para la Academia a los mejores que había en su momento, así llegaron a Bolívar el Tanque Díaz, Adolfo Flores, Pacho Góngora, Ovidio Messa, Ricardo Troncone, Carlos Aragonés y luego los Baldivieso, Edwin Romero Etcheverry, Platiní Sanchez, Tapera Ramos y compañía.
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