El Diario
Desde siempre, por el fútbol boliviano pasaron muy importantes zagueros centrales extranjeros. Se podría mencionar a Jesús Herbas, Guery Ágreda, Mario Rojas, Santiago Modesto, Marco Antonio Sandy, Miguel Ángel Rimba, Raúl Eduardo Navarro, Ricardo Fontana u Óscar Sánchez, para citar a algunos, pero quien se destacó como el mejor de todos fue Ricardo Enrique Troncone.
Llegó a La Paz un día de 1976 y se quedó hasta 1979. Llegaba del Racing Club y en poco tiempo, junto con José Solórzano formó una defensa inolvidable. De la mano de un técnico exigente e innovador, como el alemán Carlos Edward Virba, Bolívar comenzó su definitivo despegue deportivo.
Eran los tiempos en que Mario Mercado, el presidente del club, iniciaba un proceso de búsqueda en pos de la perfección, cuyo objetivo era “llegar a Tokio”, como decía el inolvidable visionario. En Tokio los campeones de Europa y Sudamérica jugaban la Copa Intercontinental.
Los bolivaristas iban paso a paso. Primero, fue el estadio propio, luego del gran equipo que ese mismo año se coronó campeón paceño invicto: Carlos Conrado Jiménez, en el arco; Aldo Fierro, José Solórzano, Ricardo Troncone y Pablo Baldivieso, en la defensa; Carlos Aragonés, Luis Gregorio Gallo y Ovidio Messa, en el medio campo; Raúl Alberto Morales, Jesús Reynaldo y Viviano Lugo, en el ataque. Una constelación de estrellas, máxime si se considera que en el banco de suplentes aparecían jugadores tan importantes como Jaime Rimazza, Édgar Góngora, Nicolás Linares, Mario Pariente, Juan Américo Díaz, Édgar Vaca, Adolfo Flores, Herland Aráoz y otros más.
Sin embargo, este elenco bolivarista que ese mismo año ganó el título nacional basaba su producción futbolística en su rendimiento defensivo. Troncone no podía ser superado fácilmente por los delanteros rivales, cuando éstos llegaban con el balón dominado; por el aire menos, pues su capacidad de salto, su estatura y su notable capacidad para leer las jugadas lo hacían insuperable, era veloz físicamente y rápido mentalmente. Dada su estatura y fortaleza, no tenía inconvenientes para chocar con delanteros que causaban temor a otros, como Jorge Lattini, de The Strongest; Porfirio Jiménez, de Guabirá, o Antonio Gottardi, de Oriente, sólo para citar a tres.
Elegante en el dominio del balón, era idolatrado por los hinchas de su club, que vieron cómo era un aporte decisivo para alcanzar los títulos nacionales de 1976 y 1978.
Hizo del estadio Libertador Simón Bolívar su bastión. Con él, los arqueros que compartieron equipo: Arturo Galarza, Carlos Conrado Jiménez, Antonio Carusso e Ismael Peinado tenían menos motivos de preocupación y los delanteros sabían que debían hacer su máximo esfuerzo para hacer su trabajo.
En 1978 llegó Waldino Palacios, otro formidable zaguero que complementó aquella muralla defensiva celeste.
Cuando comprendió que sus condiciones físicas ya no eran las ideales, a fines de la temporada 1979, emprendió el regreso a su país natal, donde se enroló a Platense, de Buenos Aires, y poco después concluyó su carrera.
Desde entonces, Bolívar tuvo zagueros centrales de gran calidad, como Jorge Olaechea, los nombrados Sandy, Rimba y algunos más, pero ninguno ofreció la seguridad e imagen que Troncone era capaz de transmitir a propios y extraños.
Todavía quedan en la memoria aquellos duelos que mantuvo con futbolistas de la talla de Edwin Romero, Jorge Lattini, Miguel Aguilar, Antonio Gottardi, Juan Carlos Sánchez y otros. Volvió al país fugazmente a principios de 1993, para participar en el partido de homenaje a Carlos Ángel López, que entre otras cosas, marcó el debut de Xabier Azkargorta como técnico de la selección nacional.
Canoso, pero con la misma estampa de aquellos inolvidables, Troncone volvió a lucir sus condiciones ante la selección en el estadio Hernando Siles, de Miraflores.
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