El Deber
Se sabía: habíamos ido al estadio a ver a Brasil. Más concretamente a ver jugar a Ronaldinho, Neymar y Leando Damiao en el Tahuichi como quien asiste a un concierto. El resto, incluida la selección boliviana, era parte del decorado o, en el mejor de los casos, músicos secundarios.
Se sabía: no había forma de parar lícitamente a Brasil. Los cálculos realistas hablaban de un 0-4 y los optimistas de un 1-4, siempre a favor de Brasil. El lío es que no todos lo sabían, lo ignoraban los niños, que albergaban la esperanza de una proeza nacional. Bastaron tres minutos para despertar. Un frenazo a lo torero de Ronaldinho hizo pasar a los que lo perseguían y el resto fue un concierto de toques hasta que la pelota llegó a Damiao, un 9 seguido por la mitad de Europa, que la mandó al fondo.
Luego Neymar sacó a bailar a Bejarano y Zenteno, que parecían correr con dos bolsas de arena en la espalda. El colibrí los dejó en ridículo, abusó de ellos y rubricó dos goles más. Y es que Bolivia no consiguió ningún disparo entre los palos en el primer tiempo. El medio campo era inexistente, el ataque estático, sin técnica y, la defensa, un juguete a los pies brasileños.
En ese periodo los niños estiraron la trompa, y hubo que explicarles que no era para tanto, que uno debe disfrutar de estas ocasiones, que no se sabe cuándo vamos a tener a Brasil de nuevo, que el resultado, como está nuestro fútbol, es lo de menos. Parece que esas explicaciones las escuchó Felipao y dijo, “paren un poco, garotos”.
Sus dirigidos no pasaron de tercera marcha en el segundo tiempo. Azkargorta, un tipo que anda perdiendo todo el cariño y respeto que cosechó en los 90, metió a gente con más jerarquía, como ‘Nacho’ y Chumacero, y el juego se equilibró. Martins fue algo más que ganas y hasta falló dos goles. Claro que cuando parecía que le empatamos un tiempo a Brasil, cuando nos consolábamos con el bolivianísimo “en el segundo tiempo jugamos un poquito mejor”, vino el cuarto del otro Damiao. Se sabía: Brasil nos pasa por encima, casi cualquier selección sudamericana nos pasa por encima. Lo que no se sabe aún es por qué queremos resultados distintos si seguimos manejando el fútbol igual
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