Muchos factores confluyeron para que esa noche lluviosa del 27 de diciembre se produjese la mayor celebración que recuerda la historia del fútbol nacional en Cochabamba.
Quienes participaron de los festejos del título Sudamericano de 1963, que sin duda es el mayor logro del balompié nacional, señalan sin dudar que nunca vieron tanta alegría en las calles como la que vieron ese año que abrió el nuevo milenio.
Muchos factores aportaron para construir aquella explosión de júbilo. El principal fue el amargo alimento de frustraciones reiteradas y recurrentes que sumaron 19 años, casi dos décadas de estar cerca, pero nunca llegar a un título.
Dos generaciones de Wilstermanistas habían hecho de su predilección algo así como una cuestión de fe. Porque siguieron a su equipo únicamente con los recuerdos de glorias pasadas y con la eterna promesa de tocar el cielo, pero nunca con hechos tangibles, nunca con una estrella. Simplemente la memoria, los mitos, las famosas épocas de oro y sus íconos. Pero, por casi veinte años, jamás el único alimento que puede recibir el alma de un hincha con más ansias y gratitud que un grito de gol: un campeonato.
Al factor tiempo, que se ligó inevitablemente al de las frustraciones, se sumó el haberse convertido en el permanente escenario dirimidor de títulos nacionales y convertirse en la sede de fiestas ajenas.
El detonante fue la mediatización del fútbol, que comenzaba una revolución en el mundo. En Bolivia, se ensayaban las primeras transmisiones televisivas de lo nuestro en directo. Pero nunca con un festejo en rojo.
La expectativa era inédita. Hasta entonces los títulos aviadores eran una tradición oral, con algunos recortes viejos de periódicos y fotos en blanco y negro.
Finalmente, en 2000, a la sed de triunfos, a las frustraciones y a la mediatización se sumó un panorama absolutamente adverso.
Desempate en “campo neutral”. Trinidad se vestía de fiesta albiverde. Wilster y Oriente dirimían el campeonato, pero los cruceños ya lo saboreaban como suyo. En las calles grupos musicales, camisetas con “Oriente campeón”. En el estadio, diez hinchas rojos, un periodista. En El Prado cochabambino, todo un pueblo con el grito de dos décadas atorado en la garganta.
Pero ese día, Wilster rompió su maleficio. Primero hubo incredulidad, luego desahogo, bronca, llanto. Luego felicidad. Ese día Wilster cambió la historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario