Mientras los actores del fútbol nacional -dirigentes, entrenadores, exfutbolistas, periodistas y últimamente autoridades- han dado curso a una cruzada, una verdadera campaña mediática en busca del rescate del fútbol boliviano, todos se olvidaron de los árbitros, y lo que es peor, del arbitraje nacional.
Nadie en los dos últimos años ha impulsado, o se ha empeñado por mejorar la situación económica y técnica de los jueces del fútbol nacional con la misma vehemencia con que se suele casi implorar por una mejoría en el fútbol nacional, sus jóvenes valores y su futuro. Tema que se ha convertido en el pan del día en las mesas de discusión que suelen proponer un sinfín de recetas salvadoras para el balompié boliviano, con especial énfasis en el desempeño de la Verde. Casi todas con los mismos ingredientes y con las recurrentes directrices que, más que plantear acciones concretas o al menos novedosas, discurren entre las mismas generalidades que recetaban nuestros padres.
Pero no se habla de lo mal pagados o lo discretamente preparados que están los árbitros nacionales. Solo se habla del referí cuando se trata de impugnar, pero jamás con el objetivo de incentivar o impulsarles ante entidades internacionales para que formen parte de citas continentales como Libertadores o Sudamericana.
Si se habla de soluciones integrales para resucitar el fútbol boliviano, una de las piezas clave es la optimización del arbitraje, pues es el llamado a generar el ambiente propicio para plasmar el producto. De otro modo, las actuaciones de los árbitros seguirán influyendo directamente en el resultado de un partido como ocurrió ayer entre Bolívar y Wilstermann. Y si el arbitraje sigue siendo mediocre, el fútbol nacional seguirá en la Edad Media, cacería de brujas incluida.
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